En una biblioteca pública tú puedes encontrar




Al que desde hace algunos días llega siempre a la misma hora y  ocupa la misma mesa, saca de su maletín el mismo libro de existencialismo sobre el que, invariablemente, estará durmiendo a los cinco minutos.
Al escolar que  pide en Referencia un libro de álgebra y una vez que se lo entregan y ocupa su puesto, en lugar de revisar el libro se pone a rayar la mesa.
Al chico de mirada inteligente que no revisa el catálogo de títulos sino que va directo a la estantería porque prefiere revisar libro por libro y que al final, por desear llevárselos todos, no se llevará ninguno.

A la niña que hace algunos días descubrió los libros infantiles y quedó deslumbrada porque ya no tendrán sus padres que comprarle todos los que ansiaba leer.

A la ama de casa que se cansó de la casa, del planchado y del cocinado, que ingresa con timidez a la sala de lectura y  le pregunta a la bibliotecaria  por qué autores comenzar.

A la misma ama de casa, seis meses más tarde, que le cuenta a la bibliotecaria  que el marido la dejó.

Al que pide siempre el libro que no está porque antes de pedirlo ya lo buscó en el catálogo. Y todo para no dejar de exclamar con aire de triunfo: “¡Aquí nunca hay nada!”

Al que ya se jubiló e ingresa a la sala de lectura llevando bajo el brazo el libro que va a devolver y le pregunta a la bibliotecaria: “Mi reina, ¿qué me va a recomendar ahora?”

Al que sabe que los bibliotecarios y las bibliotecarias también celebran su día y con un agradecido, sincero y cálido apretón de manos le da las felicitaciones.

Al que aquí no fue nombrado, tan necesario como el que sí lo fue.



2008



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