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Locuciones latinas

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Por mucho que digan que el latín ya se murió, sus locuciones nos salen al paso con bastante frecuencia. Se las escuchamos a curas, jueces, intelectuales, políticos y hasta al filósofo del barrio. Muchas veces desconocemos su significado y por eso nos fallan cuando las queremos repetir. He aquí algunas de las más comunes, si usted conoce otras espero sus aportes. No confunda a priori con a posteriori. La primera es lo que precede; la segunda, lo que viene después. Y aunque la diferencia puede parecer obvia, las confusiones son como el pan nuestro de cada día. Las palabras que dicen que dijo Cayo Julio César fueron alea iacta est, y al parecer con eso ya nadie más dudó de que la suerte estaba echada. Dicen que también fueron de su autoría las famosas veni, vidi, vici, y qué duda cabe, él fue del tipo de persona que llegaba, veía, vencía. Una locución muy presente en redes sociales y en todo tipo de manual de autoayuda es la de carpe diem: aprovecha el momento presente. Cu

Consejos para un lector de poesía

Si usted va a leer poesía -o cualquier otro tipo de texto literario- ante el público, tenga cuidado con las manos. Si no sabe cómo usarlas le recomiendo que las deje quietas o que las use solamente para sostener el libro del que lee, de lo contrario terminará distrayendo al público y en lugar de escucharlo se pondrá a seguir el movimiento de sus manos con un penoso sentimiento de vergüenza ajena. Si no logra contenerse entonces sea comedido, muévalas un par de veces, no más, pero con elegancia: no se acomode la camisa, blusa, falda o pantalón,  no se rasque la cabeza ni las mejillas ni el cuello, no se frote la nariz, no aletee y que sus manos sigan el ritmo de las palabras. Con esto será suficiente y logrará que el público lo valore o como mínimo, lo respete. No lo olvide. 

Cuento: La pócima

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Ya estoy sentada en el sofá del living de mi casa cuando mi hermano mayor entra por la puerta principal seguido de los chicos de la banda: el bajista, el vocalista, el tecladista y Alonso, el baterista. Traen en las manos partes de la batería de Alonso, las dejan en una de las esquinas del living y vuelven a salir, pero antes de salir mi hermano mayor, que es el guitarrista, me dice bajito: —Piérdete mocosa, que vamos a ensayar. Que ni lo piense, yo me voy a quedar bien instalada en el sofá, el mejor lugar para mirar a Alonso, y sé que mi hermano no me va a sacar a la fuerza, no delante de los amigos, no. Delante de ellos a él le encanta hacerse el condescendiente. Yo no me voy a ir justo hoy que lo tengo todo planeado: les ofreceré el jugo de mora cuando hagan la primera pausa. Con el calor que hace y con todo lo que sudan apuesto a que se lo toman de un trago, mi hermano seguro que pensará que qué bicho me picó, que de adónde tanta amabilidad, aunque quizás ni se sorprenda

La stamina

El idioma italiano puede con una sola palabra abarcar un mundo de ideas o definir el sentimiento preciso. En "La mujer rota" de Simone de Beauvoir, uno de los personajes dice: "(...) eso que los italianos designan con una palabra tan bella: la stamina. La savia, el fuego que permite amar y crear. Cuando has perdido eso, lo has perdido todo." ¡De eso se trata, señor!  Para qué agotarse en  profundos soliloquios si todos los motivos y todas las respuestas se explican allí. La stamina . ¿Se le está apagando? Procure avivarla. 

Cuento: El túnel de ramas

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Es domingo y Melisa arrastra a Roberto a un picnic en la falda de la montaña. Extiende el mantel tan cerca de la orilla del río que sin cambiar de lugar podría tocar el agua con los dedos. Roberto se sienta sobre una gran roca plana con los ojos fijos en el agua, las rodillas abrazadas y la cabeza hundida entre los hombros. Melisa, al tiempo que le arroja breves miradas nerviosas, coloca los platos, los vasos, los cubiertos, los huevos duros, la fuente con las presas de pollo y la de ensalada. Luego pone a enfriar la botella de gaseosa en el agua. —Sácala —advierte él desde la roca a la que parece estar pegado—, se la llevará la corriente. —No se la llevará. Pero las piedras que puso para afirmar la botella no evitan que la fuerza del agua la arrastre río abajo. Un gruñido seco le llega desde la gran roca plana. —Qué estupidez la tuya, mira que meter la gaseosa en el río —se queja Roberto y baja de la roca. Melisa calla. Se concentra en los movimientos pausados y unif

Una vieja audaz

Hoy vi en plena avenida a una viejita en bicicleta. Era flaca y algo encorvada, tendría unos ochenta cortos o un poco más. Avanzaba rápido de pie sobre los pedales, como si el sillín no se hubiera hecho para ella. De tanto en tanto, con un movimiento enérgico del brazo derecho apuraba a los automovilistas que le obstruían el paso, quienes con una cara de asombro que ni te cuento aminoraban la velocidad. No inspiraba lástima ni el deseo de protegerla con la advertencia de que se cuidara de  los automovilistas o de alguna caída que podría serle fatal. No inspiraba inseguridad ni catástrofe inminente, sino ganas de llegar a ser una vieja como ella. 

La luna en la botella

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Cuando todos los caminos fueron bloqueados, la luna llena permanece como la única vía segura e inconmensurable.  Da lo mismo su color: roja, blanca o gris, pero sí la forma y el brillo. Una gran luna redonda y brillante, para que al mirarla sepa el destinatario que ella sigue estando, y que espera. A menos que imagine que la encierra en una botella de cristal opaco que oculta para siempre en las montañas. © Carolina Meneses Columbié, 2015