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Mostrando entradas de noviembre 3, 2009

Pasos

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Me sirvo vino tinto en la copa que robé. Prendo incienso suave. Abro el Word y bebo un sorbo de vino. La pantalla pálida del Word se impone. Bebo otro sorbo de vino.  Y otro más. Me pongo de pie. Tomo  asiento. Aparece la gata, que sube a mi regazo, se acurruca, la acaricio. Acerco los dedos al teclado, lo palpo con las yemas mientras miro el cielo raso y me pregunto qué voy a escribir. Aparto los dedos del teclado y agarro a la gata. La lanzo al piso, maúlla y se va. Bebo otro sorbo de vino. La gata regresa y trepa al escritorio. Se acurruca sobre el diccionario de la RAE, ronronea. Me pongo a escribir. El primer párrafo cuesta. Lo borro e insisto. El personaje principal se perfila, poco a poco se fortalece: me toma de la mano y me la aprieta. Vértigo cuando me lleva con ímpetu. Ahora soy la espectadora que toma nota apurando los dedos. ¿Qué historia es ésta? No soy yo la que maneja los hilos así que no debo intervenir. Los personajes que se mueven a mi alrededor me ig

No puedo escribir

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No puedo escribir. Porque la silla es baja. Porque es muy tarde. Porque la luz es blanca. Porque los hijos. No puedo escribir. Porque la mesa es alta. Porque es muy temprano. Porque está oscuro. Porque la casa. No puedo escribir. Porque las teclas saltan. Porque hay mucho ruido. Porque el dolor de espalda. Porque el trabajo. No puedo escribir. Porque los lentes viejos. Porque el silencio. Porque los amigos. Porque mañana. 2007 © Carolina Meneses Columbié

Manías

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Tengo la peligrosa manía de oler libros. Y la no menos peligrosa manía de golpearme el hombro izquierdo si me golpeo primero el hombro derecho. Pero hay manías que más que manías son innatos resguardos emocionales. No reincidir en relaciones estériles, por ejemplo. Lo que me lleva a una cuarta manía, la de colgar ajo en las entradas para impedirles el retorno. Tal vez por esa razón me encuentre sumida en nuevas, absorbentes manías: la de escribir poemas, la de memorizar rancheras. 2006 © Carolina Meneses Columbié Imagen de Paul Gauguin.

¿Te has dado cuenta?

¿Te has dado cuenta de que el miedo tiene sabor? Es un sabor persistente, por más que te laves la boca no se te va. Es un sabor entre amargo y ácido con un toque al del metal. ¿Le has pasado la lengua a un cuchillo? Te lo pregunto para que te hagas una idea. ¿Te has dado cuenta de que el miedo tiene olor? Es un olor sutil que te produce taquicardia, que te vuelve insomne. No logras identificar de dónde viene hasta que descubres que no se quita con duchas de agua caliente porque viene de adentro de ti. ¿Te has dado cuenta de que el miedo es frío? Cuando despiertas por la mañana es un frío ligero que sobrellevas con el café que tomas al levantarte. Va aumentando con el día y lo peor viene con la noche. El frío te paraliza. Quieres mover los brazos y no puedes, quieres caminar y no puedes, quieres hablar y no puedes. ¿Te has dado cuenta de que el miedo es serio? ¿Y de que su seriedad es contagiosa? El miedo no se ríe ni cuenta chistes. No baila. No canta. Ni se r